antes de que los matasen, estaban vivos

Así que toca tomar el avión, plantarse en Amman y desde ahí llegar hasta Bagdad con el objetivo de seguir con una cámara a un grupo de iraquíes a los que considero excepcionales. A principios de Mayo comienza la “semana iraquí de la noviolencia”. Sunitas y chiítas, juntos, en Bagdad, Basora, Mosul, Erbil que tratarán de dar ejemplos e ideas sobre cómo frenar la espiral de la violencia que ha aniquilado su país. Sin canales de televisión, más cobertura periodística que este blog, sin imágenes para la posteridad o grandes actuaciones para la galería. Sin publicidad ni prácticamente apoyo. Con poco dinero y menos multitudes. Se trata de compartir un puñado de momentos con unos tipos que sobreviven encerrados en el cuarto oscuro en que se ha convertido Irak tratando de encender velas con las que no darse de bruces contra la realidad.

Invasión, guerra civil, violencia sectaria, desempleo, radicalismo religioso, piedad conmiserativa de estómagos agradecidos y televidentes inmunizados al dolor ajeno, políticamente incapaces de parar la guerra, por desgracia. Ciudadanos con mando a distancia en lugar de papeleta en la mano y urna. Confusión y hastío. Al final, miedo otra vez por cosas que se ven en la proximidad. Voy a grabar por miedo. Para recuperar el valor, para creer que se pueden cambiar las pesadillas. Miedo a que las cosas sigan empeorando. Porque algunos iraquíes -no sé cómo- me incitan a entrar en su oscura habitación para tratar de encender la luz y que cada mañana, cuando se levanten tengan un motivo más para seguir adelante. Eso fue lo que me contó, tan cínico como convencido, Stefano Ellero, el italiano universal que dejaba Irak para irse a Palestina, y responsable de gran parte de que este grupo de iraquíes continúe adelante, cuando le pregunté en Erbil si merecía la pena aquello a lo que nos dedicamos.

Ellos necesitan motivos para continuar. Nosotros también. El periodismo puede dárnoslos. Informando a quienes quieren conocer mejor la realidad y motivando a quienes además de conocer quienes dar pasos hacia delante. Trataré de grabar un documental que pueda verse en Europa y los Estados Unidos y cambiar con él, aunque sea mínimamente, la representación instalada en el imaginario colectivo que ha convertido a los iraquíes en seres violentos y sedientos de sangre guiados por irracionales motivos que no acabamos de comprender. Mi documental es periodismo, es día a día, es urgente y necesario, sin más reflexión artística que la de la definición de Zola: el arte consiste en ver una esquina de la realidad a través del temperamento del autor. Algunos lo llamarán reportaje y resaltarán que su valor está en llegar hasta el final del camino. Otros dirán que tengo algún modo propio de contar lo que veo. Circulará, provocará debates, con suerte, molestará a todos aquellos que políticamente correctos en su discurso, aleatoriamente en la derecha o la izquierda, verán y escucharán cosas sobre Irak que no se corresponden con las teorías establecidas para que nuestras simples mentes europeas entiendan aquella realidad. Acabo de ver “Punishment Park” de Peter Watkins. Se filmó hace 36 años. Antes de que yo naciese. Emprendo viaje sin que aquel país que enviaba a sus jóvenes a morir a Vietnam haya cambiado un ápice a mejor. Watkins recogía las voces de quienes no querían luchar en Vietnam. Los hijos de los soldados que cumplieron órdenes y se negaron a escapar al destino que se escribía para ellos han devastado ahora Irak. Pero, como ha escrito Santiago Alba, “los iraquíes, antes de que los matasen, estaban vivos”. Mañana desayunaré con uno de ellos.

por decir algo

Volvía a casa, a las dos de la mañana del tranquilo barrio de Gracia en Barcelona, escuchando el programa de Juan de Pablos en Radio 3. Doblé una esquina y un hombre rebuscaba en la basura. Por eso insisto en huir hacia delante. Porque no sé dónde pasaré más miedo, si en Irak o en mi vida diaria. Son diferentes, pero ambas vidas, la de la semana que viene, tal y como la sueño y la de ayer, tal como me vino dada me dan el mismo miedo. No sé mucho sobre Michi Panero, pero la canción de Nacho Vegas que le homenajea deja bastante explicado porqué me interesaría si algún día lo leyese y se ha convertido en la banda sonora de mis últimos meses. De algún modo me la llevo en el tarareo.

Podría justificarme desde el activismo rancio, desde la radicalidad propositiva que supone tratar de cambiar algunas cosas tanto en el contenido como en las formas o desde la egolatría más absoluta. Si me decidiese por cualquiera de los motivos, rellenaría páginas de autobombo mediocre y me lo creería yo mismo, además de convencer a unos cuantos. Me da pereza porque cualquier argumento no es más que pura palabrería y hacerse la pelota a uno mismo. No tengo la más mínima idea de si hago esto porque quiero o porque ya no soy capaz de dedicar mi tiempo y el poco esfuerzo que le pongo a todo a cosas más sensatas. Me siento incapaz de lo demás: de mantener una relación de pareja normal, de rendir en un trabajo de ocho horas en el que haya que dar cuentas y coordinarse diplomáticamente con otros o de aprender de una vez por todas a dejar de llamar la atención. Cada dos años asumo que nada me satisface y pruebo lo que la casualidad me pone en la diarrea verbal.

cosas previas

Respecto al viaje. Si no tuviese miedo por subirme a ese avión, estaría loco. Tenerlo y continuar adelante indica que igualmente lo estoy. Locura sana, espíritu activista. Inconsciencia creativa, afán de superación, solidaridad con quienes viven jugando a una carta de la existencia permanentemente boca abajo. Ningún documental es fácil. Este aún menos. Pero es necesario. Eso seguro. De ahí que comience a rodarlo anclado en el miedo. El físico y el de la responsabilidad. El miedo no puede definirse porque cada cual lo arrincona tras sus propias inseguridades y sólo se vence tras cerrar todas las puertas que permitirían escapar a él. Cerrar puertas al cambio de opinión, al miedo y a la palabra dada ha sido mi mejor empeño de estas semanas. Quienes me rodean las abren continuamente. Algunos simplemente por existir conmigo y guardarse lo que sienten. Su silencio me preocupa. Otros a través del chantaje emocional. Los quiero a todos por igual, y me comporto con ellos del mismo modo: silencio sobre mis sentimientos y chantaje emocional en todo lo que se refiere al documental y el apoyo que necesito para que salga adelante. Nadie es perfecto. Me asustan y me apoyan aquellos a quienes quiero. A ellos no hay nada que demostrarles. Viajan conmigo, de algún modo.

Han sido meses de pensar en solitario y meses de discutir en conjunto con un grupo de personas de variada procedencia sobre el mejor modo de realizar un trabajo que creemos útil, que informe de algo que realmente merece la pena, que esté al servicio, en definitiva, de los protagonistas de la noticia que se cubre. ¿Filmar un documental es cine, reportaje periodístico, compromiso personal y colectivo?. Muchas preguntas sin respuesta en un mundo donde hay que categorizarse, ponerse una etiqueta y ser “algo” identificable que los demás puedan comprender y juzgar. Viniendo del mundo de las ONG´s, teóricamente desmercantilizado y tratando de dar el salto a ese mundo que me cuesta definir, el del periodismo y la información, teóricamente mercantilizado, arrastro conmigo mi coherencia y al menos el primer día de escritura, sé que aún se mantiene digna y en pie.

Creí vivir y trabajar, mientras “cooperaba” en un contexto que me protegía y me permitía ser coherente. Me equivoqué. Muchas veces nos sorprendemos a nostros mismos. Incluso antes de emprender viaje ya me he decepcionado con el egoísmo, el doble discurso y la hipocresía de algunas personas. Mientras, quienes pueden contribuir con poco en lo material y todo en lo emocional, lo hacen y quienes marcan sus reglas mercantiles de antemano, al menos me permiten saber que atenerme: qué necesitan de mí y que pueden darme a cambio. Acepto las reglas. Trato de llevarlas hacia donde la coherencia sobreviva. Que se queden con sus activismos y solidaridades quienes lo convierten en modo de vida, en silla eterna, en eterna lección magistral perfectamente sostenible en el discurso y falta de compromiso con la realidad en la práctica. Sigamos con nuestros errores los demás.

la cámara

En realidad escogí la cámara de video porque era lo más fácil. Y también por casualidad, pero esa casualidad no viene ahora al caso. Es fácil conseguir una cámara. Es fácil usarla. Sólo se necesita pagarse el viaje y tener un editor a la vuelta. No es moco de pavo, pero es mucho más fácil conseguir eso que otras muchas cosas. Resulta pertinente mi modo de comprender la facilidad a la hora de transmitir una idea que permite el uso de la cámara. Si uno es capaz de llegar más lejos que los demás y consigue imágenes interesantes, queda justificado que se difundan. No necesita ser un artista. Sólo olvidar que hay balas y es peligroso seguir caminando. Es el precio que se paga. Quizás te pasa algo. Inconvenientes del oficio. El que se mete en esto sabe lo que hay. Después de ver el final cerca alguna vez, todo se relativiza y se convierte en adictivo, que nadie mienta. Ser el primero, llegar más lejos, sentir la adrenalina del riesgo. No cuento nada nuevo. La forma de conseguir credibilidad para un discurso que de otro modo no la tendrían. Uno no es experto académico ni tiene 20 años de experiencia luego, llama la atención y consigue así que le escuchen. Qué fácil es destriparlo todo ¿verdad?.

Con imágenes resulta simple contar lo que se ve y la realidad viene construida, la cámara la captura con una mediación e intervención mucho menor que la palabra. La palabra necesita un intermediario que traduce lo que se ve y se oye a través de la mente del periodista. El periodista mira, escucha, deshace y procesa en su interior y re-crea con la mayor fidelidad posible. Pero depende de él en mucha mayor medida que cuando se ataja con la cámara. Las imágenes ya están, sólo hay que ordenarlas, las palabras necesitan brotar, además de ser ordenadas. Con la cámara todo viene dado cuando se ha llegado hasta la noticia, sólo hay que saber dónde ponerla y posteriormente confiar en el editor.

de qué va todo esto

Destino de este viaje: Bagdad, capital mundial de la violencia. Objetivo: grabar y escribir para que los demás vean y lean en torno a “la semana iraquí de la noviolencia” y quienes la organizan, la ONG local Al Mesalla. Motivación egoísta: convertirme en periodista. Algunos dicen que ya lo soy, otros no se lo creerán nunca. El instrumento a través del cual he conseguido cumplir mi sueño (o estoy cercano a hacerlo) es viajar a donde casi nadie quiere hacerlo, asumiendo unos riesgos irracionalmente altos y en unas condiciones absolutamente desfavorables desde la lógica y la intendencia que asegurarían al menos, realizar este viaje en las mejores circunstancias posibles.

El blog permite expresarse con la libertad de quien no sabe utilizar la técnica de síntesis que genera noticias de 750 o 1000 palabras. Desde hace meses y salvando los ejemplos de Ángeles Espinosa, Tomás Alcoverro y Gervasio Sánchez, todo lo que se lee de Irak en nuestros medios proviene de notas de agencia. Bien, yo no sé escribirlas. Sé, en cambio, pensar en alto, tratar de traducirlo a textos relativamente coherentes y sobre todo ser sincero conmigo mismo. Dudo que genere interés ya que no estamos acostumbrados a leer esto en la prensa pero persevero y persevero. Supongo que la prensa no es su espacio natural. Otros países generan espacio para este tipo de trabajo. En España el freelance o francotirador de la palabra no es una profesión que tenga prácticamente salida. De hecho, casi nada tiene salida, salvo honrosas excepciones si no se pertenece al grupo, la familia o el círculo de amistades adecuadas. Generamos siempre el beneficio de la duda con absoluta ilusión por contradecir el saber popular de que “el que no tiene padrino no se casa”. Aquí sigo sin padrino. ¿Alguien se ofrece voluntario?. Si a eso se le suma el origen activista, es decir, la relación directa entre lo que se escribe y cierto compromiso con las personas con las que se viaja y finalmente sobre las que escribe, supongo que llegamos a la conclusión más sensata: esto no es periodismo. No hay separación del objeto de estudio, no existe la más mínima pretensión de objetividad, asumiendo que, de existir, no quiero casarme con ella, y sobre todo, es la primera persona que lo guía todo. Escribo lo que veo, lo que siento y lo que quiero transmitir asumiendo la dificultad de que llegue a conectar con las reglas de la profesión. ¿Por qué quiero ser periodista si el periodismo parte de reglas que no conozco y con las que probablemente ni siquiera estoy de acuerdo?. Porque la del periodista sigue siendo hoy la única profesión que permite contar lo que sucede y esperar que el mensaje que se transmite llegue a otras personas. No es política porque no vendo que mi modo de ver lo que veo sea el único ni mucho menos el mejor. Es política porque habla de una realidad política. Pero no se trata de convencer. Sólo de filtrar a través de mis ojos mis letras lo que quizás a otros les sirva y a mí me parece no sólo obligación moral sino extremadamente divertido. No creo que tratar de ser útil sea incompatible con los sueños propios. Siempre hay un punto egoísta y egocéntrico en todo esto. Pero, comenzando por ser útil a quienes me encuentro por el camino e idealmente cerrando el círculo en quienes lo lean sentados en sus casas, espero que sirva para algo.

introducción quinta

El tiempo se acaba. El tiempo siempre corre en nuestra contra y solamente lo hace así porque nosotros decidimos que tiene que terminarse. Porque pese a que en realidad nunca vaya a pararse, seguirá transcurriendo a una velocidad que ni podremos ni querremos seguir. La señalaremos como imposible de aguantar antes de que nos expulse de sus cadencias. El tiempo se termina cuando nosotros decidimos que se termine porque es nuestro tiempo, pero nuestra hora comenzará sólo cuando nosotros queramos convertirnos en dueños de nuestro propio futuro. En tanto eso no suceda el tiempo se termina. No debemos esperar más. Debemos apoderarnos de la capacidad de equivocarnos sin pausa, de estamparnos contra las imposibilidades de lo material protegidos por la sustancia etérea de los sueños que nos traen la felicidad. Cubrirnos, poco a poco, con una fina pero consistente capa del idealismo que recogemos mientras soñamos para poder ubicarla posteriormente en el mundo de las horas y los días, de la luz y los despertares. No podemos permitirnos que la realidad cambie sólo a la hora de dormir y que las recetas con las que nuestras mentes nos ilustran mientras descansamos en la cama se olviden al abrir los ojos cada mañana. Soñar es gratuito y debemos acostumbrarnos a que los sueños se hacen realidad cuando decidimos que no podemos seguir escapando de nuestras ansias por poder mirar a los ojos y no ver hijos de puta en los espejos. Para poder actuar sin hipotecas ni deudas, sin deberes ni restricciones, por obligación hacia nosotros mismos y desprecio ante quienes llenan nuestras vidas de cerrojos que nos convierten en seres inermes y fácilmente manipulables.

Hay millones de motivos, millones de latidos que fuerzan y empujan desde dentro, que contribuyen a generar sensaciones, que ayudan a romper el silencio. Y son millones de motivos y de latidos compartibles en su esencia y condenados en la actualidad a un aislamiento que los convierte en frustración individual cuando deberían funcionar en realidad como nexos de unión parar actuar colectivamente. Nos encontramos ante una desconexión del hombre con el hombre tan profunda que la simple petición de ayuda, el más elemental llamamiento a la solidaridad, aparece como un precipicio de caída infinita, de insondable fondo, de oscuro vértigo. Y no podemos permitirnos mantener este aislamiento, no podemos continuar con la negación de lo más humano que surge desde nuestro interior. La llamada desesperada hacia el exterior debe ser recuperada como instrumento de identificación de posturas comunes ante la realidad. La expresión individual de miedos y sueños, de frustraciones y aspiraciones, debe convertirse, una vez generalizada, en ese motivo que ponga a andar de nuevo las ansias de transformación que siempre han caracterizado a los marcados, a los insatisfechos, a los soñadores, a los justos y a los locos. En definitiva a los buenos. Porque las cosas nunca son mucho más complicadas que como las plantean los niños. Están los buenos y están los malos. Están las cosas bonitas y las cosas feas. La inocencia de la infancia y la incredulidad de la experiencia. Y por el camino, muchos seres humanos que tropiezan en busca de la identidad que injustamente se les niega.

introducción cuarta

Las posibilidades son inmensas. Necesitamos esto y mucho más. Necesitamos retomar lo que realmente somos para dejar de ser lo que nos han enseñado a creer que somos, lo que nos han presentado como una inexorable losa de madurez que cae sobre nuestros cuerpos cada vez menos jóvenes. Si debemos comportarnos en sociedad que la sociedad nos trate según nuestras reglas, que nos permitan comenzar a definirlas, que se aparten a un lado los responsables de este mundo en el que ya no creemos si no quieren caer prisioneros del rugir de la marabunta que ellos mismos crean y terminará por aplastarles abruptamente. Porque también nosotros somos sociedad, porque nosotros reproduciremos los sistemas de los que nos dotemos para subsistir, porque tenemos reglas que proponer y conocemos cuáles son las reglas que queremos saltarnos para poder seguir avanzando sin destruir aún más el mundo en que vivimos.

Por el millón de lágrimas que nos dictan los deseos de cambiar el orden establecido y por la limpieza general que sobre ellas es necesario comenzar a diseñar para que la suciedad no lastre nuestro futuro debemos pedir paso, de una vez por todas, a quienes taponan nuestro camino con las verdades de los cementerios del sur y los muertos en vida del norte. Debemos recuperar el valor para gritarles a quienes matan para mantenernos cómodamente alejados de cualquier duda y decirles que no queremos ser mantenidos sobre tumbas. Debemos sumar esperanzas y caminar contra los muros, debemos martillear todo muro que nos frene, desarticular las barreras que se interponen entre todos aquellos que no han sabido decir no a tiempo y ahora se ven encerrados en un mundo que no aceptan y aquellos que nunca han dicho sí pero deambulan solitarios entre la frustración y la rabia. Unir las fuerzas de quienes creen que las han perdido pero saben que pueden volver a creer en sí mismos por la añoranza que mantienen.

Caminar hacia otro mundo nunca ha sido fácil. Muchos de los senderos emprendidos por quienes lo intentaron en el pasado fracasaron en su mismo origen, otros fueron cegados por las apisonadoras de un poder que, pese a cambiar en los modos se mantiene inmutable en sus fundamentos de odio y extorsión, del poder del que sí sabe defenderse frente a nuestra incapacidad para ofrecer alternativas. Retomemos los ejemplos de resistencia que la realidad nos muestra, recojamos las brisas que nos llegan desde todas las esquinas del planeta. Convirtamos los suspiros esperanzados que logran alcanzar nuestros oídos en fuerza para plantear nuevas unidades y nuevos modos de desordenar el orden que nos destruye. La esperanza se pierde pero no se pierde la capacidad de soñar que algún día podamos salir a buscarla de nuevo, siguiendo el ejemplo de tantos soñadores que se equivocaron antes que nosotros, que dignificaron su existencia equivocándose en el camino por materializar los sueños compartidos de quienes queremos continuar sintiéndonos humanos.

introducción tercera

Y el nuestro es un grito disonante, arrítmico y ecléctico. Un grito con un ritmo que sólo se llama ritmo porque surge desde dentro, marcado por un diapasón vital que ni queremos ni podemos modificar. Porque la pulsión de la que nacen nuestras fuerzas es biológica y con restos de humanidad, emblema solitario de nuestros orígenes comunes, de una realidad que muchos ya han decidido apagar y esconder aún sabiendo que continúa dentro, muy dentro incluso de quienes han marcado su muerte, dominándola desde la razón. Una razón diseñada para trabajar contra la vida, para acumular mentiras que cubran de oprobio y oscuridad las verdades que sólo pueden ser expresadas con la valentía caduca que nuestros verdugos han perdido y a la que no quieren volver a enfrentar en ningún caso. Para matar en otros el ejemplo que sirviese de espejo en el que reconocerse, derrotados por la cobardía y el convencionalismo que pretenden imponernos, el espejo de su patético manierismo, de la triste corrección.

Deformemos las imágenes que nos devuelven los espejos lisos a los que nos exponen. Quizás retornar al callejón del gato sea nuestra única tabla de salvación, una vuelta a la vida sin orden ni sentido pero con renovadas capacidades para disfrutar de nuestra espontaneidad. El retorno a un desorden natural en el que poder sentirnos libres, una anarquía sentimental que nos bañe y nos revuelque en olas de lágrimas que limpien nuestro infecto día a día. Lágrimas de felicidad. Desorden emocional creativo. Valentía sentimental y locura provocada. La insana salud de quien pretende revertir el caduco orden que cada día llama locos a los más lúcidos y sensatos a los responsables de la inhumanidad que nos dirige. Borbotones de acción espontánea y justificada únicamente por su ausencia de frialdad y su voluntad de revertir el insulto. Reivindicación de cualquier sin sentido que exprese sentimiento y abolición del sentido que nos convierte en esclavos a las órdenes de nuestra propia y resignada infelicidad.

introducción segunda

Partimos, en cierto sentido, de un viaje al pasado, de una vuelta a los fotogramas en super 8 de aquellas carreras que nunca tuvimos oportunidad de correr, de ganar ni perder por nosotros mismos, y sin embargo nos atan ahora a la irremisible suerte de unos perdedores en los que con el tiempo nos hemos transmutado, que nos han contagiado su impotencia y su traición. Aquellas carreras llenas de zancadillas que nos condenaron de antemano, por herencia, a reproducir sus propios fracasos. Nuestra invalidez proviene de una infección causada por series de imágenes -en blanco de negro primero y ahora en formato digital- que nos han prostituido durante años al transmitirnos falsos idealismos, verdades traicionadas, macabros pasados revolucionarios de los monstruos que nos niegan el futuro, expedientes justificadores de nuestros verdugos del presente, protegidos aún demasiadas veces por sus historiales vendidos a precio de saldo y apoyados en el trampolín de nuestro inútil respeto por la historia para poder continuar dándonos lecciones.


Nuestra generación avanza por la existencia dando tumbos dentro de una carretera de dirección única, impedida para tomar riesgos, prevenida de saltar por encima de unas vallas laterales de protección que tienen tanto de impuestas como de ficticias. Nuestra voluntad de saltarlas y estrellarnos solos, sin arrastrar a nadie, ve como se le niega una racionalidad en la que ha dejado de creer pero sigue enseñándose desde los mismos púlpitos que le marcan el camino a seguir. No nos dejan estrellarnos y romperlas porque invadiríamos sus oasis de plácida complacencia, ensuciaríamos con nuestra sangre su falsa comodidad y sus apagadas conciencias. Existimos porque continuamos tratando de romper el camino que se nos diseñó sin preguntarnos, de violar las verdades absolutas con las que nos engañan y nos aplastan, enterrándonos en falsas correcciones y refugios libres de todo disenso. La libertad no existe porque nos impiden verla, la distorsionan y difuminan con baratijas, con sobornos temporales, con comparaciones que siempre tienden a la baja, con competiciones inútiles que no tienen más objetivo que vaciarnos de las fuerzas que servirían para cuestionar su inocencia hasta hacerla desaparecer por completo, hasta desenmascarar por siempre su culpabilidad. La libertad no existe porque no nos dejan verla. Porque pretenden asesinarla para que únicamente la respetemos sobre un altar en el que adorarla como algo inalcanzable mientras dejamos escapar la posibilidad de follar con ella sin barreras, de entrelazarnos con sus brazos, su cuerpo multiforme y disfrutar, con ella, de la realidad.

introducción

Pretendemos convertir lo extraordinario en seña de identidad. Intentamos resaltar como característico lo que en realidad nunca debió abandonar la categoría de accidental. Muchas veces caemos en el escepticismo del resistente falto de alternativas ante el miserable orden que nos envuelve. Perdidos desde hace tiempo, paralizados ante un futuro que no ofrece demasiadas expectativas. Buscamos independencia, escapando de la inclusión en informes masas militantes, tribus urbanas o simplemente evitando los innecesarios peregrinajes de socialización desesperada a los que estamos abocados en la incesante búsqueda de un ocio cada vez más narcotizador. Perdemos rumbo en el camino que transcurre desde lo más profundamente definitorio a lo anecdótico y cambiante, desde la militancia en una izquierda de la que muchos ya ni conocemos su posición -pese a que aún la buscamos- al vuelo rasante de las gaviotas que nos vuelven locos en la playa cuando, mientras ellas rebuscan basura entre la marea baja, nosotros nos recogemos en el silencio protector de la soledad. Hemos comenzado a confundirlo todo.

Hemos decidido, en definitiva, y ante la falta de opciones claras de futuro, dejarnos atrapar, escapando de la confusión, por lo que nos convierte en resistentes, negacionistas categóricos o escépticos francotiradores contra lo establecido, en almas solitarias que una vez logran asirse a la tabla de la tranquilidad interior no están dispuestas a aceptar las reglas de la tormenta exterior. Ni dispuestos a aceptarlas ni pacientes o suficientemente comprometidas para demostrar con demasiado ahínco que vamos a romperlas. Así buscamos nuestras señas de identidad. En silencio, desde nuestro escondrijo, camuflados tras un aspecto ordinario y la pertinaz inconstancia de los voluntariosos no somos, en realidad, más que arqueólogos que investigan, a la búsqueda de referentes, entre las ruinas de resistencias que se perdieron antes incluso de que pudiésemos sumarnos a ellas.

Se trata más que nada de mantener a toda costa una adicción, similar a la de la nicotina, que nos obliga a encender, de cuando en vez, alguna remota, lejana esperanza, de que un día nuestra suerte cambie. Cigarro tras cigarro, rebosando el cenicero, humeándolo todo a nuestro alrededor, rotos los bronquios la mañana siguiente, forzándonos sin sentido a respirar con dificultad, matándonos lentamente para que la espera no dure demasiado, para demostrar que poco apego, que poca ilusión, depositamos en la llegada del día que estamos esperando. El día que dejemos de preocuparnos por lo que nos rodea, el día que estemos dispuestos a convertirnos en lo que se espera de nosotros, la tarde que no nos importe que no llegue la mañana siguiente, sentados sobre la más fría indiferencia hacia lo que sucede a nuestro alrededor, acomodados a que ya nada vaya a cambiar o pretendiendo algún tipo de felicidad en la incertidumbre tras la cual nos camuflamos para pasar desapercibidos.

Ese día nos esconderemos tras la esquina rota que no nos deja ver el futuro y esperaremos camuflados para secuestrar a la suerte. Y una vez secuestrada, la suerte, ya nuestra, cambiará, aunque la hayamos obligado a acercarse a nosotros contra su voluntad y no haya sido la fortuna la encargada de las presentaciones. Cuando nadie se lo espere, cuando se haya instalado a nuestro alrededor la sensación de que finalmente hemos comprado la historia, hemos transigido ante la injusticia o hemos aceptado la definitiva tranquilidad de quien no quiere ver lo que sucede a su alrededor y nadie se espere la vuelta del estallido. Ese día, negaremos sistemáticamente la racionalidad para entregarnos a la aleatoriedad de algo nuevo y que no controlamos pero de lo que esperamos más que de este presente que nos encierra. Obligaremos a la suerte a caer presa del síndrome de Estocolmo mientras esté en nuestras manos para apoyarnos en ella a la hora de afrontar el último y definitivo viaje a ninguna parte que estamos dispuestos a emprender: Un viaje que nos devuelva el futuro.