introducción segunda

Partimos, en cierto sentido, de un viaje al pasado, de una vuelta a los fotogramas en super 8 de aquellas carreras que nunca tuvimos oportunidad de correr, de ganar ni perder por nosotros mismos, y sin embargo nos atan ahora a la irremisible suerte de unos perdedores en los que con el tiempo nos hemos transmutado, que nos han contagiado su impotencia y su traición. Aquellas carreras llenas de zancadillas que nos condenaron de antemano, por herencia, a reproducir sus propios fracasos. Nuestra invalidez proviene de una infección causada por series de imágenes -en blanco de negro primero y ahora en formato digital- que nos han prostituido durante años al transmitirnos falsos idealismos, verdades traicionadas, macabros pasados revolucionarios de los monstruos que nos niegan el futuro, expedientes justificadores de nuestros verdugos del presente, protegidos aún demasiadas veces por sus historiales vendidos a precio de saldo y apoyados en el trampolín de nuestro inútil respeto por la historia para poder continuar dándonos lecciones.


Nuestra generación avanza por la existencia dando tumbos dentro de una carretera de dirección única, impedida para tomar riesgos, prevenida de saltar por encima de unas vallas laterales de protección que tienen tanto de impuestas como de ficticias. Nuestra voluntad de saltarlas y estrellarnos solos, sin arrastrar a nadie, ve como se le niega una racionalidad en la que ha dejado de creer pero sigue enseñándose desde los mismos púlpitos que le marcan el camino a seguir. No nos dejan estrellarnos y romperlas porque invadiríamos sus oasis de plácida complacencia, ensuciaríamos con nuestra sangre su falsa comodidad y sus apagadas conciencias. Existimos porque continuamos tratando de romper el camino que se nos diseñó sin preguntarnos, de violar las verdades absolutas con las que nos engañan y nos aplastan, enterrándonos en falsas correcciones y refugios libres de todo disenso. La libertad no existe porque nos impiden verla, la distorsionan y difuminan con baratijas, con sobornos temporales, con comparaciones que siempre tienden a la baja, con competiciones inútiles que no tienen más objetivo que vaciarnos de las fuerzas que servirían para cuestionar su inocencia hasta hacerla desaparecer por completo, hasta desenmascarar por siempre su culpabilidad. La libertad no existe porque no nos dejan verla. Porque pretenden asesinarla para que únicamente la respetemos sobre un altar en el que adorarla como algo inalcanzable mientras dejamos escapar la posibilidad de follar con ella sin barreras, de entrelazarnos con sus brazos, su cuerpo multiforme y disfrutar, con ella, de la realidad.

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