introducción quinta

El tiempo se acaba. El tiempo siempre corre en nuestra contra y solamente lo hace así porque nosotros decidimos que tiene que terminarse. Porque pese a que en realidad nunca vaya a pararse, seguirá transcurriendo a una velocidad que ni podremos ni querremos seguir. La señalaremos como imposible de aguantar antes de que nos expulse de sus cadencias. El tiempo se termina cuando nosotros decidimos que se termine porque es nuestro tiempo, pero nuestra hora comenzará sólo cuando nosotros queramos convertirnos en dueños de nuestro propio futuro. En tanto eso no suceda el tiempo se termina. No debemos esperar más. Debemos apoderarnos de la capacidad de equivocarnos sin pausa, de estamparnos contra las imposibilidades de lo material protegidos por la sustancia etérea de los sueños que nos traen la felicidad. Cubrirnos, poco a poco, con una fina pero consistente capa del idealismo que recogemos mientras soñamos para poder ubicarla posteriormente en el mundo de las horas y los días, de la luz y los despertares. No podemos permitirnos que la realidad cambie sólo a la hora de dormir y que las recetas con las que nuestras mentes nos ilustran mientras descansamos en la cama se olviden al abrir los ojos cada mañana. Soñar es gratuito y debemos acostumbrarnos a que los sueños se hacen realidad cuando decidimos que no podemos seguir escapando de nuestras ansias por poder mirar a los ojos y no ver hijos de puta en los espejos. Para poder actuar sin hipotecas ni deudas, sin deberes ni restricciones, por obligación hacia nosotros mismos y desprecio ante quienes llenan nuestras vidas de cerrojos que nos convierten en seres inermes y fácilmente manipulables.

Hay millones de motivos, millones de latidos que fuerzan y empujan desde dentro, que contribuyen a generar sensaciones, que ayudan a romper el silencio. Y son millones de motivos y de latidos compartibles en su esencia y condenados en la actualidad a un aislamiento que los convierte en frustración individual cuando deberían funcionar en realidad como nexos de unión parar actuar colectivamente. Nos encontramos ante una desconexión del hombre con el hombre tan profunda que la simple petición de ayuda, el más elemental llamamiento a la solidaridad, aparece como un precipicio de caída infinita, de insondable fondo, de oscuro vértigo. Y no podemos permitirnos mantener este aislamiento, no podemos continuar con la negación de lo más humano que surge desde nuestro interior. La llamada desesperada hacia el exterior debe ser recuperada como instrumento de identificación de posturas comunes ante la realidad. La expresión individual de miedos y sueños, de frustraciones y aspiraciones, debe convertirse, una vez generalizada, en ese motivo que ponga a andar de nuevo las ansias de transformación que siempre han caracterizado a los marcados, a los insatisfechos, a los soñadores, a los justos y a los locos. En definitiva a los buenos. Porque las cosas nunca son mucho más complicadas que como las plantean los niños. Están los buenos y están los malos. Están las cosas bonitas y las cosas feas. La inocencia de la infancia y la incredulidad de la experiencia. Y por el camino, muchos seres humanos que tropiezan en busca de la identidad que injustamente se les niega.

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