introducción tercera

Y el nuestro es un grito disonante, arrítmico y ecléctico. Un grito con un ritmo que sólo se llama ritmo porque surge desde dentro, marcado por un diapasón vital que ni queremos ni podemos modificar. Porque la pulsión de la que nacen nuestras fuerzas es biológica y con restos de humanidad, emblema solitario de nuestros orígenes comunes, de una realidad que muchos ya han decidido apagar y esconder aún sabiendo que continúa dentro, muy dentro incluso de quienes han marcado su muerte, dominándola desde la razón. Una razón diseñada para trabajar contra la vida, para acumular mentiras que cubran de oprobio y oscuridad las verdades que sólo pueden ser expresadas con la valentía caduca que nuestros verdugos han perdido y a la que no quieren volver a enfrentar en ningún caso. Para matar en otros el ejemplo que sirviese de espejo en el que reconocerse, derrotados por la cobardía y el convencionalismo que pretenden imponernos, el espejo de su patético manierismo, de la triste corrección.

Deformemos las imágenes que nos devuelven los espejos lisos a los que nos exponen. Quizás retornar al callejón del gato sea nuestra única tabla de salvación, una vuelta a la vida sin orden ni sentido pero con renovadas capacidades para disfrutar de nuestra espontaneidad. El retorno a un desorden natural en el que poder sentirnos libres, una anarquía sentimental que nos bañe y nos revuelque en olas de lágrimas que limpien nuestro infecto día a día. Lágrimas de felicidad. Desorden emocional creativo. Valentía sentimental y locura provocada. La insana salud de quien pretende revertir el caduco orden que cada día llama locos a los más lúcidos y sensatos a los responsables de la inhumanidad que nos dirige. Borbotones de acción espontánea y justificada únicamente por su ausencia de frialdad y su voluntad de revertir el insulto. Reivindicación de cualquier sin sentido que exprese sentimiento y abolición del sentido que nos convierte en esclavos a las órdenes de nuestra propia y resignada infelicidad.

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